
Alejandra, Vincent, Carmen. Y colaremos también a Artaud en este corro.
-Yo arriesgué mi vida por mi trabajo, y mi razón siempre fue menoscabada
Yo arriesgué mi vida por mi trabajo, y mi razón siempre fue menoscabada
Yo arriesgué mi vida por mi trabajo, y mi razón siempre fue menoscabada
Yo arriesgué mi vida por mi trabajo, y mi razón siempre fue menoscabada
Yo arriesgué mi vida por mi trabajo, y mi razón siempre fue menoscabada
Carmen
-¿Estamos locos pues jugamos al corro los tres, ya somos cuatro, y ¡vamos, que se sumen!, después de levantarnos de esos exquisitos manteles donde las patatas ni ruedan de lo duras, no como el caviar de los que pagan doscientos millones por un cuadro?
Artaud
Toma Carmen (Me ofrece la patata del cuadro para que deje de estar tan pensativa) Ni para dentadura postiza me dio toda mi obra, desde luego no tan valorada, ni siquiera hoy, como el cuadro al que hiciste referencia, esa maraña sin significado de un tal Jackson Pollock. No puedo roer esta roca, déjate tú los dientes que te queden en ella y verás como olvidas esa pesadumbre que te inclina los ojos sobre un café que no es otra cosa que agua sucia, visto que estamos en Francia y en la miseria.
Alejandra (con cofia blanca extasiada contempla a un Van Gogh con gorra, o puede ser el Isidore Lucien con el que yo tantas veces le confundo)
-Amigo, te sumás a este corro por mucho que editases tu “Maldoror” de tu propio bolsillo, la pensión que te enviaba tu padre. ¡Mirá como te desapareciste en cuanto se te acabaron los pesos y te echaron perros más crueles que el tuyo hasta sobre tu sombra los Napoleones y toda la fiesta de los pejecutivos de la res pública de la Francia que san te jodió ad jod!
Y de momento damos por terminado ese corro de la patata “la miseria no acabará nunca” al estribillo de “Yo arriesgué mi vida por mi trabajo, y mi razón siempre fue menoscabada”. Aunque podamos resucitarlo, y así haremos, en cualquier escena de cualquier acto de esta obra